Ser mamá, es uno de los mejores momentos en la vida de una mujer. Acababa de tener mi segundo hijo y toda la felicidad que sentía en ese momento se vio enturbiada por el agotamiento, el cansancio, el sueño y el dolor. Aunque con todo el trabajo que conlleva ser madre de un niño de cuatro años, otro recién nacido y las tareas de la casa, la pérdida de peso y el cansancio me parecía normal. Pero ya eran bastantes kilos perdidos; el agotamiento era tal, que en algunas ocasiones sólo era capaz de tumbarme en el sofá, cerca de la hamaquita de mi bebé para tomarle de la mano mientras él lloraba y yo no era capaz de abrir los ojos para calmarle. Ahí me di cuenta que algo iba mal… algo había que no era normal.
Primer diagnóstico: tiroiditis posparto que luego se convirtió en un hipotiroidismo severo crónico. Decepcionada, ya que tuve que dejar la lactancia materna para realizar algunas pruebas para un correcto diagnóstico, acepté mi nuevo estado de mujer hipotiroidea. Después de unos meses de ajustes en la medicación, el agotamiento, el dolor y el sueño no remitían; aquí empezaron las analíticas especiales, gammagrafías, scanners, electromiaogramas y decenas de visitas al reumatólogo que trataba de encontrar una explicación a mis síntomas.
Resultados: ¡¡¡Perfectos!!! No había ningún signo de enfermedad, aunque yo siguiera sin ser capaz de vivir el día a día. Todavía recuerdo, los bochornosos momentos en que sentada en las salas de espera de los médicos que me atendían era incapaz de mantenerme despierta. Incluso era imposible reaccionar cuando mi madre que me acompañaba a las consultas me daba unos golpecitos en el hombro y susurrando me decía… ¡¡hija, que te duermes!!
Y así de prueba en prueba, llegamos a los 18 puntos de dolor que los médicos miran para diagnosticar la fibromialgia. Para su diagnóstico era necesario tener por los menos 11 de esos puntos de dolor y desafortunadamente yo los tenía.
Así, mi enfermedad invisible se hizo visible.
DIAGNÓSTICO FIBROMIALGIA Y SINDROME DE FATIGA CRÓNICA.