Comienza ese sentimiento de querer ser papás, el momento ha llegado, y tenemos a nuestro pequeño. Ahora ya no disfrutamos de mucho tiempo, el bebe nos necesita 24h. Necesita sentir nuestro calor, para sentirse seguro, protegido, querido, lo hemos lanzado a un mundo frío o caluroso, en el cual siente dolor, hambre y es inexperto.
Y nosotros somos nuevos en esto, dejamos de salir con nuestros amigos, de correr una vida frenética aquí y allá, de disponer de 24 horas para realizar las muchas cosas que se nos pasan por la cabeza para atender a esa personita que amamos con locura pero que a veces hace que pospongamos cosas que no hacen más que acumularse y que tal vez, pueda suponer un problema para nosotros.
Y empiezan a crecer, y nosotros empezamos nuestro master en ser un buen padre, nos informamos de millones de cosas porque internet nos da la solución a todas nuestras preguntas, porque la sabiduría popular se muestra a cada paso que des por la calle, aunque no pidas opinión todo el mundo tiene una opinión de cómo hacer las cosas.
Queremos hacerlo bien, hacerlo a nuestra manera e intentar no perder mucho, no perder, nuestro trabajo, nuestros amigos, nuestro café, nuestro curso, nuestro rato de compras, y a ellos los llevamos como locos detrás nuestro o se los dejamos a alguien para que nosotros podamos hacer todo aquello que “tenemos que hacer”.
Y aparecen las recompensas, esas recompensas por no estar con ellos, te he comprado esto porque no he estado en casa, mañana te llevaré al parque, seguro que te lo has pasado genial con los primos, o simplemente te dejo el móvil para que no te aburras en nuestros innumerables recados o en este ratito que quiero estar charlando con mi amiga, y quiero que estés aquí sentado.
Pues ahí empiezan los problemas, nos empezamos a sentir culpables por no estar cubriendo sus necesidades, pero tampoco las nuestras. Engañamos sus pequeños cerebros con ese móvil que les priva de desarrollar su visión 3D, de que desarrollen su imaginación ante un momento de aburrimiento, que aprendan a relacionarse con niños que no conocen para poder jugar con el niño de la mesa de enfrente que está en la misma situación que él… y lo hacemos con el egoísmo de no darnos cuenta que lejos de beneficiarles, les estamos perjudicando.
Lo intentamos hacer lo mejor que sabemos, nos ponemos muchas metas, ser la mejor en el trabajo, con los amigos, tener la casa como la tenía mi madre, ir bien arreglada, estar en forma, y ser buena madre, pero el tiempo se acorta. No hay tiempo para todo. Desgraciadamente los que peor parados son ellos, que no disfrutan de sus padres, y no se enriquecen de esas relaciones que antes teníamos, tal vez nos exijamos demasiado o tal vez no sepamos ver que nuestra vida tiene que frenarse un poco por un tiempo, porque tenemos lo más importante en la vida, tenemos la oportunidad de enseñar a lo que más queremos, que la vida no tendría sentido sin ellos.