En un siglo XXI ya entrado en años, los pueblos y sus gentes han pasado de ser vistos como lugares pobres, poblados por personas incultas, a convertirse en el destino favorito de los fines de semana y vacaciones de las gentes de ciudad que se encuentran sedientas de una vida libre de ruidos y humos. Las antiguas casas de pueblo en ruinas ahora son “casas rurales” con encanto, dignas de la portada de una revista de decoración, mientras que las huertas de los vecinos colman de felicidad a todos aquellos urbanitas ávidos por saborear productos naturales de verdad.
Una vez más, los pueblos son el alimento de la ciudad. Además de proporcionar los productos agrícolas y ganaderos que llenan los supermercados, también garantizan el desahogo, paz y tranquilidad que la gente de ciudad necesita para no volverse loca. Sin embargo, mientras los pueblos reciben hordas de personas buscando una bocanada de aire fresco, la gente de los pueblos debe dejar su tierra en busca de un futuro mejor debido a la falta de oportunidades. Y, solamente, unos pocos volverán a vivir en sus queridos pueblos.
Y ahí es donde entro yo. Tras haber vivido mis primeros 18 años de vida en Ricla, un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza, de escasos 3000 habitantes, tuve que irme a vivir a la ciudad, a la capital de la provincia. ¿Por qué? Pues porque todo aquel que quiere hacer una carrera universitaria debe, obligatoriamente, trasladarse a una ciudad. La falta de transporte público no te permite ir y volver a tu casa cada día como pueden hacer aquellos que viven en el extrarradio de grandes ciudades como Madrid o Barcelona. De esta manera, un buen día me encontré en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza rodeada de un montón de “pueblerinos” estudiantes de Geología. Porque no nos olvidemos que “la cabra siempre tira al monte” y después de haberme criado a revueltas de piedras, fósiles y campo, estaba claro lo que iba a estudiar.
Después de 5 años de carrera decidí hacer un máster en Arqueología y Prehistoria que me llevó a vivir a otra ciudad: Tarragona. Dos años después, tras acabar mi Tesis de Fin de Master, me mudé a una tercera ciudad: París. Allí viví casi 8 años, obtuve mi tesis doctoral en Geocronología y estuve trabajando varios años en el Museo Nacional de Historia Natural. Actualmente vivo en Burgos y trabajo en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) como responsable científico del laboratorio de datación por Resonancia Paramagnética Electrónica y formo parte del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA).
Echando la vista atrás, ¿qué conclusión saco de todo esto? Pues que llevo la mitad de mi vida fuera de mi pueblo. He tenido que elegir entre dedicarme a lo que me gusta y para lo que he invertido mucho tiempo, esfuerzo y dinero o vivir en mi pueblo.
Desgraciadamente, ser científico y vivir en un pueblo, hoy en día es una utopía ya que los centros de investigación y las universidades se encuentran en las ciudades. Y, aunque parece que el teletrabajo y la flexibilidad horaria de ciertas instituciones científicas podrían ayudar a que la ciencia pueda realizarse lejos de los núcleos urbanos, estamos todavía lejos de ver esta utopía convertida en una realidad.
Así que, “si Mahoma no va a la montaña; la montaña irá a Mahoma”, es decir, si no se puede hacer ciencia en los pueblos, tendremos que acercar la ciencia al mundo rural. ¿Cómo? Mediante la divulgación científica.
En mi opinión, la divulgación científica es una obligación de todos aquellos que nos dedicamos a hacer ciencia porque se lo debemos a la sociedad que, con sus impuestos, paga nuestras instalaciones y nuestros sueldos. Además, pienso que no es justo que la ciencia se quede sólo al alcance de unos pocos afortunados que viven en las ciudades y pueden acercarse fácilmente a un museo, un ciclo de conferencias o a una exposición.
Por eso, me gustaría aprovechar la oportunidad que me da este fantástico blog para hablar de ciencia y así mostrar diferentes iniciativas de divulgación científica realizadas en el entorno rural, presentar a importantes mujeres científicas que han contribuido al avance de la ciencia y la tecnología o dar a conocer programas de atracción del talento, entre otras cosas.
Porque ya es hora de que la ciudad también aporte algo a los pueblos.
Cuando alguien está orgullos@ de sus orígenes,dice mucho del tipo de persona que es, no cambies nunca Davinia. Un beso
«Quien reniega de sus orígenes, pierde su identidad». Yo estoy muy orgullosa de mi pueblo y siempre va conmigo, allá donde voy.