Hoy 8M, día Internacional de la Mujer y 4º aniversario del blog, quiero hacer un merecido homenaje a mis abuelas Cándida y Carmen. Amas de casa que «no trabajaban» pero con mucho trabajo por realizar, y probablemente poco valorado. A ellas y todas las mujeres rurales del siglo pasado que vivieron una vida que poco tiene que ver con la nuestra, en la que no existían palabras como conciliación, autocuidado, crianza respetuosa… En esa época se hablaba en otros términos, mayoritariamente en términos masculinos.
A ambas les tocó vivir la guerra y posterior post-guerra, y pasar penurias como era normal en esa época. En el ámbito rural, lo normal era ser pobre, o al menos así se consideraban; pero no, tenían mucho y necesitaban y sabían vivir con poco, se autoabastecían y gastaban solo en lo estrictamente necesario. Y bueno, os las presento.
Mi abuela paterna, Carmen Sáez Alda
Nacida en 1919 en Ricla (Zaragoza), a la que no conocí. Ella me dio el nombre y cierto parecido físico. Aunque nacida en Ricla, pasó desde los 2 hasta los 18 años en Buñuel (Navarra), lugar al que se desplazaron varias familias de Ricla a trabajar. Superó una meninguitis, que le dejó varias secuelas, entre ellas sordera y dificultad para hablar.
En su estancia en Navarra, asistió a un colegio de monjas en el que le enseñaron a leer, escribir, y a realizar labores, corte y confección. Con el comienzo de la guerra su familia volvió a Ricla, con algo de dinero ahorrado, lo cual les permitiría vivir con cierta tranquilidad económica.
La situación social y económica de mi abuela era más acomodada que la de mi abuelo José, lo que hizo que se tuviera que enfrentar a su familia para casarse con él, lo que les causó mucho sufrimiento. Tuvieron 8 hijos, dos gemelas, dos gemelos, 3 chicas y 1 chico, de los cuales sobrevivieron solo 3, mis tías Carmen, Fina y mi padre José. En aquella época, se daba a luz en casa y la mortalidad infantil en los primeros meses de vida era demasiado común.
Mi abuela materna, Cándida Martínez Pérez
Nacida en Alpartir (Zaragoza) en 1925, a la que sí conocí. Me dio su amor incondicional y me enseñó lo importante de la vida. Ella y sus 3 hermanas, tuvieron que sufrir la pérdida de sus padres siendo unas niñas. En aquella época, se vivía con incertidumbre, la vida era frágil.
Salieron adelante gracias a familiares y pronto, muy pronto, tuvieron que empezar a trabajar. En su pueblo natal, mi abuela comenzó cuidando niños y muy joven se fue a Zaragoza a servir a casa del famoso torero de la época Braulio Lausín «Gitanillo de Ricla». Los veranos los pasaban en Ricla, y ahí fue donde conoció a mi otro abuelo José, con el que se casó y tuvo 3 hijos, mi tíos Mari Carmen y José y mi madre, Charo.
Trabajos de las mujeres rurales del siglo pasado
Las mujeres casadas eran amas de casa y en general solo trabajaban fuera de casa en las épocas de recolección del campo. Trabajar en casa en aquella época era duro muy duro, empezando por que no había agua corriente, por lo que había que ir a por agua a la fuente para beber, y a lavar la ropa y los utensilios de cocina en el río, en acequias y/o en el lavadero.
Cocinaban en el hogar al calor de la lumbre, con lo que se podían pegar cocinando prácticamente todo el día. Otra faena que realizaban las mujeres era llevar la comida en cestos a los maridos para que comiesen en el campo y no tuvieran que volver a casa, esto se hacía si el campo en el que se estaba trabajando estaba relativamente cerca de casa. Si no era así, se preparaban pucheros con comida que los maridos terminaban de cocinar en el campo.
En la mayoría de las casas se criaban animales, conejos, gallinas, cerdos… asegurándose así el abastecimiento de huevos y carne. También se tenía en el campo un poco de todo, judías, patatas, hortalizas, olivas para obtener aceite para el autoconsumo… En aquella época, se compraba poco, lo imprescindible, y como el dinero escaseaba, cuando no se disponía de él, en las tiendas se fiaba, o sea, se compraba y se iba pagando cuando se tenía dinero.
Mis abuelos paternos Carmen y José, tenían además vacas, las cuales ordeñaba mi abuela y repartía entre varias tiendas, por la que no cobraba, hacía trueque, y se llevaba los artículos que necesitaba y no tenía en casa.
En aquella época, aunque sí se vendía ropa, solo los más pudientes podían permitirse comprarla, así que quien sabía coser la confeccionaba en casa, como era el caso de mi abuela Carmen, y sino se compraban telas y eran las modistas las que la confeccionaban.
Y entre todo este trabajo, también eran madres y mujeres. Tenían que criar a sus hijos y a veces algunas mujeres, se convertían en amas de leche o nodrizas, amamantando a hijos de otras mujeres, como en alguna ocasión, como favor, hizo mi abuela Cándida.
Siempre recuerdo de mi abuela Cándida, esa despensa llena de aceite, leche, legumbres… lo básico de una alimentación para varios meses. Tenía en su mente siempre presente la posibilidad de que llegasen épocas de vacas flacas, guerras… Es en estos momentos de incertidumbre, vuelve a mi memoria aquello que siendo niña no era capaz de comprender.
La educación de mis abuelas fue básica, pero lo que no aprendieron en el colegio se lo enseñó la vida. Y su vida, es enseñanza de vida para mí. Gracias abuelas.